Cuando somos niños, vivimos anhelando el futuro y queremos que el tiempo pase rápido.
Cuando somos adultos, vivimos recordando el pasado, y queremos que el tiempo desacelere.
Lo que nunca podemos aceptar es que el tiempo pasa a su ritmo, ni muy rápido, ni muy lento, a la misma medida, en el momento preciso. Ni un minuto más, ni uno menos.